domingo, 2 de febrero de 2020

El túnel del “Playa de los Ingleses” y su triste final

tomado de la pagina de FB "Fotos de familia Mar del Plata"

Lo llamábamos “túnel” a falta de una mejor definición. 
Con sus arcadas de piedra, ejercía fascinación en los niños y era un emblema de aquella “Playa de los Ingleses” que se transformó en “Varese” durante la guerra de Malvinas.
Sobre sus columnas reposaba la confitería y restaurante del hotel “Bellavista”, un establecimiento que originalmente funcionó en la playa. 
La historia del “túnel” nos lleva así a los albores turísticos del sector, que datan de fines del siglo XIX cuando aún no había camino costero y empezaron a florecer hoteles de madera que desafiaban la marejada sobre audaces pilotes.

En principio la playa fue conocida como Saint James, nombre heredado de un hotel monumental que fue abandonado sin estrenar en lo alto de la barranca.

Acerca del segundo nombre hay dos versiones y una sabe a leyenda. 
Dice la primera que en el siglo XVII fue abandonado allí un grupo de marinos británicos que sufrió más peripecias que Robinson Crusoe. 

En contraposición, sabemos a ciencia cierta que los ingleses vinculados al ferrocarril –que llegó a Mar del Plata en 1886- adoptaron como propia esa agreste playa poblada de hoteles de madera. 
Las voces lugareñas empezaron a llamarla, entonces, “Playa de los Ingleses”.
A fines de la década del ’30, con la construcción del camino costero, los hoteles tuvieron que abandonar la reducida playa e instalarse junto a la barranca. 
Uno de ellos fue el legendario hotel Centenario, de Luis Varese –pionero de la actividad en ese sector- y otro fue el Bellavista, famoso por el ingenioso “túnel” que le permitió usufructuar el espacio aéreo de la calle .

Los terrenos eran manejados por la provincia de Buenos Aires, que además de concesionar los hoteles permitió la construcción de numerosos chalets particulares en esa franja privilegiada. 
Uno de ellos perteneció al padre del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri.
Al revisar los archivos hallamos diversos elementos que confluyen en el declive de la otrora rutilante “Playa de los Ingleses”. 
Los concesionarios, que habían recibido apoyo oficial para levantar sus nuevas locaciones a principios de los ’40, se vieron perjudicados por las políticas de turismo social –que incluía la obligatoriedad de ceder plazas- implementadas por Juan Domingo Perón. 
Al desmedro de las inversiones y el progresivo deterioro del sector sobrevino la desaparición de la playa, que sería recuperada años después mediante la construcción de espigones.
En 1973, el gobernador peronista Oscar Bidegain expropió la totalidad de las construcciones. 
El antiguo “Centenario” pasó a ser un anexo de la Universidad y también escuela de enfermería. 
En el Saint James instalaron la Escuela de Hotelería. 
El All Boys fue cedido a la Federación de Trabajadores Municipales, el Scaffidi al Soip, el Montecarlo al Sindicato de Aguas Gaseosas (Sutiaga) y en el Sáenz funcionaban dependencias del Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia.
Muchos otros edificios –incluyendo el Bellavista- quedaron abandonados u ocupados precariamente y sufrieron saqueos y vandalismo.
En 1977, en plena dictadura y ante la inminencia del Mundial de Fútbol, decidieron arrasar esa franja edilicia. 

La decisión se fundamentó en informes que habrían avalado la inviabilidad de mantenerlo en pie. 
No puede obviarse, como elemento anexo, que en aquellos días el gobierno de facto se desvelaba en su propósito de exhibir al mundo un país moderno, limpio y organizado.
El trámite, complejo pero rápido, se agotó en el transcurso de 1977. 
Los edificios fueron transferidos de la provincia a la municipalidad, que en esos días era dirigida por el capitán de navío Carlos Menozzi.
Tras ello se acudió a la justicia para desalojar a unas 200 personas que vivían irregularmente en 16 construcciones. Con fallo favorable y anticipada notificación, el desahucio se ejecutó al amanecer del 20 de enero de 1977 con la intervención de oficiales de justicia, personal municipal, 15 camiones del ejército y un centenar de policías.
La crónica de aquel día refiere que a las personas les suministraron camiones para trasladar sus pertenencias y alojamiento, a quienes lo necesitaran en la Delegación del Puerto, el Hogar de Ancianos y el Hogar Grillito.
Para demoler los edificios llamaron a licitación pública. 
Una crónica difundida por La Capital el 6 de marzo de 1977 reza que los sobres fueron abiertos “en el salón del ex concejo deliberante”, ratificando con naturalidad la defunción de los mecanismos institucionales.
El emblemático túnel del hotel Bellavista y sus construcciones vecinas cayeron bajo la piqueta y antes del Mundial nació el renovado paseo, donde yacen sótanos sepultados y algunos restos de los viejos edificios.
Pero no muchos saben que hubo un sobreviviente. 
Uno de los hoteles había sido otorgado a la Asociación Mutualista de Empleados del Ministerio de Obras Públicas (AMEMOP), que acudió a la justicia y logró evitar la demolición del edificio.
Es evidente que el posterior litigio resultó favorable a la mutual, porque el hotel, hoy modernizado, sigue funcionado frente a Playa Varese. 
Con él sobrevivieron ocho de los pequeños chalets. Convertidos hoy en habitaciones, conservan, sin que lo sepamos, parte de la historia de aquella “Playa de los Ingleses”.-

Postales de la Playa de los Ingleses








Ubicación

miércoles, 29 de enero de 2020

Sabías que el Museo Larreta había sido una casa veraniega?


Don Francisco CHAS fue un acaudalado vecino de Buenos Aires , sobrino del Gral Belgrano, Constituyente en 1854, electo Senador Provincial e integrante de la 1ª Comision Municipal.


Se casó con Catalina de los Remedios Salas y tuvieron ocho hijos: Vicente (creador del original Parque Chas), Juana, Francisco (que falleció siendo adolescente), Tomás, Mercedes, Rosario, Catalina y Rosita.
Unas de las propiedades que tenia era la casa veraniega en Belgrano. 

Esta quinta había sido construida por su yerno Ernesto Bunge que dicho sea de paso fue el poseedor del primer titulo de Arquitecto otorgado por el país.
En esa quinta, frente a la plaza (Juramento, Cuba, Echeverría y Vuelta de Obligado) fallecieron Don Francisco Chas y Doña Catalina Salas de Chas.
Cuando fallece Don Francisco se efectúa el juicio sucesorio y la misma es vendida en subasta publica por un valor de 112.800 $ moneda nacional. 
Esta es comprada por la Sra Mercedes Castellano de Anchorena quien decide obsequiarsela a su hija como regalo de bodas al casarse con el joven escritor Enrique Larreta.
Esta residencia se mantiene intacta hasta nuestros días y por ella deben haber pasado infinidad de veces sin conocer quienes fueron sus primitivos dueños.
Hoy es el Museo de Arte Español Enrique Larreta, ubicado sobre la avenida Juramento y frente a la Iglesia Redonda que tanto quisieron el matrimonio CHAS y a la que donaron sus puertas talladas de la entrada.








En el año 1961 al fallecer Larreta, sus hijos vendieron la casa a la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires con el propósito de utilizarla como museo, y donaron la colección de obras de arte y mobiliario pertenecientes a la familia
Fue así como en octubre un de 1962 el Museo de Arte Español Enrique Larreta abrió oficialmente sus puertas, contando en ese entonces con una mayoría de objetos de entre los siglos XV y XVIII que pertenecían al escritor, más otros adquiridos nuevos o recibidos como donación. 

Entre sus ilustres huéspedes figuran el rey Leopoldo II de Bélgica, los príncipes imperiales de Japón y el ex secretario de Estado norteamericano y premio Nobel de la Paz Henry Kissinger.
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Fuentes:
Alejandro Cueto – Parque Chas – Comuna 13 online

viernes, 24 de enero de 2020

Sabías que el Palacio Pizzurno es el Palacio Sarmiento y que debería ser una escuela?

Fuentes: Historia Digital
Publicada en Arquitectura, Estudiantes, Personalidades, Porteñas, Siglo XIX por Daniel Balmaceda

Petronila Rodríguez tenía 20 años en 1835 cuando su padre mató al vecino.
Aquella dramática noche, los Rodríguez dormían en su quinta porteña que ocupaba cuatro manzanas en las avenidas Callao y Córdoba, cuando Juan Antonio Rodríguez sintió ruidos en la huerta donde plantaba bergamotas. Con su escopeta disparó a la distancia.
Cesaron los ruidos y recién al día siguiente se descubrió que un vecino había muerto por el disparo.
En el juicio fue absuelto porque era común que aparecieran ladrones en las quintas y todos hubieran hecho lo mismo que Rodríguez: disparar al bulto sin advertencia alguna.
La Justicia no lo condenó, pero su conciencia lo atormentaba.
Resolvió construir una capillita en los terrenos de donde tuvo lugar la tragedia y dar misas por la memoria del difunto.
En 1882, consciente de que estaba en sus últimos días, Petronila, la hija de Rodríguez, donó las cuatro manzanas de su quinta, más algunas propiedades en el centro. En su testamento explicó que hacía tiempo venía evaluando construir una iglesia donde estaba la capilla que había hecho su padre; junto a la iglesia, un colegio; y enfrente, según la cláusula nro. 15, un terreno para la instalación de una escuela.
Minutos antes de morir, le indicó a su gran amiga y albacea, Juana Bosch, que vendiera algunas de las propiedades que dejaba y que tomara cien mil pesos para “los niños que quieran educarse”.
Cumpliendo con parte del legado, se construyeron la Iglesia Nuestra Señora del Carmen en el espacio que ocupaba la capilla, en Rodríguez Peña y Paraguay, más el colegio parroquial a su lado.
En octubre de 1886, Juana Bosch entregó el dinero recaudado al Consejo Nacional de Educación.
Emocionados por la donación, la institución resolvió que levantarían la escuela y le pondrían el nombre de la benefactora, Petronila Rodríguez. Incluso le pidieron a Juana un retrato de Petronila. Fue imposible conseguirlo: jamás quiso retratarse.
El sueño de la escuela con capacidad para setecientas alumnas, quedó en manos del genial arquitecto Carlos Altgelt.
El edificio se inauguró en 1886. Pero en 1888 se resolvió instalar juzgados, de manera provisoria, hasta que se construyera un Palacio de Tribunales.
Por ese motivo mudaron a las alumnas a Junín y Vicente López, donde comenzó a funcionar la escuela con el mismo nombre de la benefactora.
Regresaron al gran edificio en 1894. Pero en 1903, volvieron a mudarse porque el Consejo Nacional resolvió que allí funcionaría la sede del Ministerio de Educación. La denominación Petronila Rodríguez desapareció de la nomenclatura escolar.
En 1932, por iniciativa de Juan Benjamín Terán, presidente del Consejo Nacional de Educación, se le dio el nombre de la benefactora a una escuela en Parque Chas. Mientras que el espléndido solar donado por Petronila fue bautizado Palacio Sarmiento. A la calle que pasaba por la puerta se la llamó Pizzurno, en honor de tres hermanos maestros con ese apellido: Pablo, Carlos y Juan.
Por lo tanto, el Ministerio de Educación debería ser una escuela.
Y el edificio, al que todos conocen como el Palacio Pizzurno, es el Palacio Sarmiento –sobre la calle Pizzurno–, que debería llamarse Petronila Rodríguez: nombre de la filántropa hija del hombre que mató a su vecino por error en 1835.